El análisis del balance social por parte de una organización en el territorio en el que opera es muy importante de cara a las expectativas que arroja sobre ella.
En concreto, el balance social puede ser definido como el instrumento en el que se detallan costes y beneficios del impacto de las actuaciones o actividades que acomete una empresa en la sociedad (o en un territorio concreto).
Gracias a este tipo de balance, cualquier usuario puede saber si la empresa cumple con lo establecido en la responsabilidad social y si las acciones que acomete van a favor o en contra de los principios ético-morales de su propia filosofía o de la sociedad en general. Por ello, en el balance social se deben incluir tanto los aspectos positivos como negativos que se hayan realizado.
Como aspectos positivos se pueden incluir la creación de trabajo, la formación de personal, la generación de riqueza y las donaciones. Deben incluirse, también, aquellas medidas que se tomen para rebajar los costes sociales (negativos) y los actos que aportan un valor añadido positivo a la sociedad.
En cuanto a los costes sociales (o aspectos negativos) se encuentran aquellos que tengan que ver con la contaminación medioambiental, acústica y visual. También se incluyen aquellas actividades que generan conflictos sociales, accidentes de trabajo, explotación excesiva de recursos naturales, enfermedades, desempleo…
Gracias a este concepto podemos observar la importancia y repercusión de las actividades que acomete una empresa en la sociedad. Es imprescindible que evaluemos de la forma más óptima posible cómo podemos mejorar estos aspectos, haciendo que sean más abundantes los positivos que los perjudiciales.
El grado de implicación empresarial por el impacto social de sus acciones repercutirá en la actitud de la empresa ante las decisiones que toma. Siempre es preferible que la empresa esté implicada en poner en constancia lo que hace, con especial atención en mejorarlo.