Posiblemente habrás escuchado que ha estallado una burbuja o que estamos ante una nueva burbuja inmobiliaria. Ambos conceptos se quieren referir a lo mismo, y se trata de un incremento exponencial y sin razón de bienes inmuebles o bienes raíces (viviendas, en general) para los que, anteriormente, ha habido una especulación.

Para empezar a notar los efectos de una burbuja deberemos fijarnos en los precios de este tipo de inmuebles que, de un momento a otro, empiezan a subir sin una razón lógica. Puesto que el precio de estos activos crece, los inversores avispados se interesan más por ellos y aumentan tanto su demanda como los precios.

En esta situación, la demanda de estos activos es alta, por lo que las empresas ofertantes generan más inmuebles (más pisos, más hogares, etc). En este punto, la burbuja empieza a formarse ya que los precios no pararán de subirse a expensas de que también lo haga la oferta de los inmuebles.

En el caso de España, la burbuja inmobiliaria ocurrió a partir de 2009, cuando explotó a nivel mundial la crisis económica de 2008. Esta explosión se produjo tras la liberación del mercado del suelo, que hizo que aumentase el valor del terreno urbanizable.

Puesto que el terreno era más valorizado, las empresas constructoras se dedicaron a crear más y más viviendas, generando así puestos de trabajos. Lo que no contaban las constructoras fue con el aumento del precio de la vivienda, lo que provocó que los ciudadanos tuviesen que pedir más créditos a los bancos para adquirir dichas viviendas. Y, puesto que los ciudadanos no podían endeudarse tanto, empezó a originarse una burbuja inmobiliaria que le siguió una crisis en varios niveles.